viernes, 29 de septiembre de 2017

AHORA

Ahora, en este instante, en que la deriva independentista de Cataluña consuma su proclamación de un referendum sobre su destino y su voluntad de convertirse en un República enfrentándose a la legalidad constitucional del Reino de España se vislumbra un drama y una fractura social de dimensiones imposibles de mensurar entre dos comunidades ciudadanas catalanas que hasta ahora habían convivido sin fisuras que se añade a otro de dimensiones igualmente preocupantes entre sus equivalentes de Cataluña y España... En un diálogo de sordos y una negligencia imperdonable entre los políticos y el Congreso y el Parlament, lo que para unos era innegociable ley, para los otros era referendum saltándose la ley y despreciándola junto al Estado del que se consideran ajenos. El resultado es un aborto incalificable, un pleibiscito sin condiciones entre un laberinto de leyes y descalificaciones y una calle llena de gritos en la que los partidarios del sí, más allá de la manifestación lícita la utilizan para amedrentar a los que callen y disienten, periodistas y medios de comunicación incluidos.

La cuestión se ha convertido en un enfrentamiento de testosteronas entre dos gobiernos ciegos al despropósito y negados a dar su brazo a torcer para llegar a un diálogo que evite un duelo de consecuencias no solo impredecibles en la gravedad sino irreversibles en la eclosión del odio que, si ya se produce, pero se contiene ahora, muy probablemente se desborde a posteriori.

La justa petición de un referendum pedido en la calle en las manifestaciones de 2015, merecía una atención mayor por parte de ambos contendientes que se han lanzado al ruedo a demostrar más bien, quien los tiene mejor puestos o los tiene más desmesurados. Los toros no representan la hispanidad o la catalanidad sino la expresión de un enfrentamiento ciego y a muerte entre independentistas y el Estado. 

Para montar un estado nuevo, si ese fuese el resultado de la consulta, hace falta más paciencia y más mesura, más diálogo y una demostración real de democracia. Porque ser un demócrata es expresarse libremente, sí, con el voto y sin él, y dialogar y negociar y ser tolerante, pero siempre respetando a la oposición y buscando un proyecto común no excluyente, algo quedó fulminado en la sesión "exprés" en la que se aprobó un referendum con todas las condiciones de ser una imposición de unos catalanes a otros como de Cataluña a España. El resultado es un referendum, sí, pero sin grantías ningunas de fiabilidad. Mejor hubiese sido dialogar, presionar al PP del Estado español para cambiar la Constitución para que permitiese una consulta que no abocarnos a todos, policía, mossos y guardia civil incluidos, a un espectáculo digno del Coliseo Romano.

Su negligencia, vaticino, puede llevarnos a desbocar el odio de aquellos que lo niegan, odio que luce latente, como lo está un emboscado suprematismo que desprecia lo español más allá de lo que quisieran disimular. Y sí, también en el otro bando hay, siempre los hubo, fascistas xenófobos que no son más que anecdóticos, pero estar, están, agitando banderas, y un partido, el PP, con sus acólitos, inflexible e incapaz de dialogar en nada.

El camino del odio, es un camino sin vuelta del que todos los que lo han desatado son igualmente culpables.

El caligrama, mi caligrama, simboliza a ambos bandos como toros de lidia desbocados y furibundos en su época de celo en un enfrentamiento a muerte por la vacada de la dehesa, expectante al victorioso...

No hay toreros sino furia y testorena y un aire inconfundible de vencer destrozando a su rival y en ello, no nos engañemos, uno de los bandos es más claro en su intención de acabar con el Reino más allá de independizarse.

Patria y religión, banderas, trapos convertidos en entes sagrados y sacrosanto son un elixir que deriva fácilmente al fanatismo.

Así reza el poema:
Para la Libertad, se acaba el tiempo;
la paz, la convivencia, ya no existen.
Al ruedo van dos toros que se embisten,
sordos los dos, y de ira, los dos ciegos.

Los dos de sangre y oro van al ruedo.
Quienes piden una muerte, persisten
en sus gritos, con los que al suyo asisten
para que salga indemne y siga fiero.

Muchos más son los que no sienten gozo
por esta ceremonia de la Muerte
sabiendo que una muerte nunca es suerte,

que la furia ciega sólo abre un pozo
de odio y de dolor, nunca una fiesta,
y el odio tiene el odio por respuesta.

MANUEL MILLÁN CASCALLÓ